FSC-CCOO Extremadura | 21 noviembre 2024.

Feminismo y sindicalismo de clase: la revolución perfecta

    Una persona no es feminista porque lo publicite a grito pelado en los momentos oportunos, como no es sindicalista quien presume de serlo pero actúa en perjuicio de la clase trabajadora. En ambos casos, la etiqueta miente porque lo esencial es, en el último caso la conciencia de clase mientras que para ser feminista es imprescindible el compromiso permanente en la defensa de la igualdad de derechos entre mujeres y hombres, de forma transversal y sin excepciones. 

    28/01/2021. Mar Vicent García, secretaria de las Mujeres e Igualdad de CCOO FSC-PV
    Igualdad, ilustración de Laura Saz Almadán

    Igualdad, ilustración de Laura Saz Almadán

    En 1927 Carmen de Burgos decía que el feminismo era un partido social que trabaja para lograr una justicia que no esclavice a la mitad del género humano, en perjuicio de todo él. Lo cierto es que las personas feministas no son una secta, ni una minoría selecta. Ni deben ser instrumentalizadas convirtiéndolas en adornos que mejoran la imagen, que permiten sumar a la propia causa, que abren puertas y facilitan llaves que interesa poseer. El feminismo no es una religión, ni una receta, ni un manual de procedimientos. Es pura y simplemente una herramienta que permite el análisis de la sociedad y de sus contradicciones internas, de las causas que la hacen progresar o detenerse, de los desequilibrios que existen y que frenan el progreso porque impiden que la justicia y la libertad sean derechos extendidos y extensibles a todas las personas, independientemente de su sexo, edad, raza o religión. El feminismo conlleva de forma inseparable una práctica individual y un ejercicio colectivo que es mucho más que una actitud disciplinadamente militante y conecta a la perfección con el sindicalismo de clase.

    Por otra parte el sindicalismo de clase, el que caracteriza a CCOO, se entiende como la acción organizada de la clase trabajadora en defensa de sus derechos y sus condiciones de vida. Una acción que es fruto de una reflexión previa que ha de ser permanente en el tiempo para dar respuesta a las nuevas situaciones, a los nuevos conflictos que se plantean, porque la pretensión es siempre dar pasos adelante y nunca hacia atrás. El sindicalismo es ambicioso en sus propósitos pero humilde en su forma de relacionarse con la sociedad. Sabe que su triunfo se sustenta en que no es ajeno a la sociedad que pretende transformar, sino que se nutre de quienes son el motor del progreso social y económico de una sociedad a la que aportan su fuerza de trabajo a cambio de un salario, nunca regalado. Esa es la fuerza y el aliento de un sindicato como Comisiones Obreras que está obligado a reinventarse en cada momento, para adaptarse a las nuevas realidades y circunstancias, manteniendo intacta la claridad sobre su papel en el sistema productivo.

    Feminismo y sindicalismo de clase, son efectivamente, movimientos transformadores y reivindicativos con una enorme capacidad de análisis de la sociedad que los capacita para trazar y protagonizar estrategias de lucha y reivindicación. La acción sindical, a pie de fábrica, es responsables, de avances en derechos y condiciones laborales que se demuestran esenciales para un progreso social empeñado en conseguir una sociedad más justa, capaz de vivir en libertad. 

    El feminismo en los últimos años ha dejado de ser una avanzada vanguardista y teórica asumida por minorías más o menos ilustradas para ocupar la agenda pública de manera contundente, impulsando acciones colectivas, capaces de ganar la batalla de la opinión social y destapando las carencias e injusticias de un sistema que sólo funciona subordinando a la mitad de la población mediante la violencia y la opresión.

    No obstante, las relaciones entre ambos movimientos no siempre han sido lo fluidas que deberían. Quizás el acercamiento es conflictivo por factores como la tradición machista del movimiento sindical y también por la tendencia a la autoexclusión del feminismo. Con todo, ha habido temas claves que han sido integrados en la práctica sindical, desde el planteamiento sociopolítico que caracteriza a CCOO. La denuncia y lucha contra la violencia de género, la contundente defensa de las mujeres frente al acoso sexual y por razón de sexo son buena muestra de ello. De la misma forma habrán de aparecer en la hoja de ruta sindical nuevas realidades y desafíos a los que hay que dar cabida como el valor de los cuidados, las consecuencias de la división sexual del trabajo, etc.. El feminismo, en realidad, no llegó nunca a Comisiones Obreras, porque siempre estuvo dentro de ellas. En una organización de clase, como Comisiones, tuvo terreno abonado para germinar porque aporta la necesaria claridad para explicar las formas y maneras en que se manifiestan las desigualdades en el mercado laboral y en la sociedad. 

    Ha sido una relación con altibajos y desencuentros aunque hoy pocos discuten que las alianzas son imprescindibles entre quienes recorren el mismo camino para enfrentarse de manera explícita al programa económico, político y cultural diseñado por el capital como estrategia de dominación. Siguen las resistencias, tácitas o explícitas de quienes no perciben que el mundo del trabajo, hoy, no lo representa un varón, adulto, sano, hetero, blanco y sin responsabilidades de cuidado. Y eso deriva en la necesidad manifiesta de afrontar nuevas realidades a las que hay que dar explicación. La perspectiva de género no es accesoria sino constitutiva de una concepción de la acción sindical comprometida con la igualdad, la justicia social, la dignidad. Nadie mejor que las mujeres para explicar cómo se manifiestan las desigualdades en el mercado laboral y la sociedad. Imposible enfrentarse al capitalismo depredador y al neoliberalismo tóxico sin denunciar la doble explotación de las mujeres.

    De esa potente alianza depende que más pronto que tarde el capitalismo y patriarcado, que oprimen y explotan juntos, caigan también a la vez.